En el Día Mundial del Turismo conviene recordar una verdad sencilla que, sin embargo, a veces se pierde entre titulares alarmistas: el turismo ha sido y es una palanca decisiva de progreso económico y social en España. No solo por su peso directo en el PIB y el empleo, sino por su capacidad de irradiar beneficios a todo el territorio, activar cadenas de valor que van mucho más allá de hoteles y restaurantes, y proyectar al país en el mundo como un lugar abierto, innovador y con calidad de vida.
Claro que el turismo tiene retos —toda gran industria los tiene—, pero que existan desafíos no convierte al turismo en problema; lo convierte en oportunidad.
Trabajo, ascensor social y formación
El turismo es la mayor fábrica de empleo de proximidad de España. Ofrece primeras oportunidades a jóvenes, segundas oportunidades a quienes necesitan reciclarse, y trayectorias profesionales completas a perfiles técnicos y directivos. Donde llega el turismo, se multiplican los oficios: cocina, sala, mantenimiento, logística, animación, guías, eventos, marketing digital, revenue, energías y agua, seguridad, transporte, agroalimentación…
Además, el sector ha sido catalizador de formación reglada y continua: escuelas de hostelería, grados de turismo, FP dual, certificaciones en idiomas, analítica de datos y sostenibilidad. El turismo bien gestionado eleva la empleabilidad y reduce brechas: dinamiza el empleo femenino y de personas de diversa procedencia, y normaliza la conciliación con nuevas prácticas y turnos pactados. ¿Hay precariedad? Sí, y debe combatirse; pero no es razón para negar que, cada temporada, cientos de miles de familias viven mejor gracias a esta industria.
Multiplicador real: del campo a la tecnológica
Pocas actividades conectan tantos sectores como el turismo. Cuando un destino prospera, se activan el campo (hortalizas, frutas, vinos, aceites, quesos), la pesca, la industria agroalimentaria, las artes gráficas, la limpieza industrial, la gestión de residuos, la climatización eficiente, la arquitectura y obra de rehabilitación, el mobiliario y la decoración, las telecos y el software…
El turista que compra un menú degustación en Galicia está sosteniendo a mariscadores y conserveras; el que asiste a un festival en Valencia impulsa a empresas de sonido, iluminación y ticketing; el congreso médico en Málaga mueve azafatas, imprentas, transportistas, traductores y startups de eventos. Cada euro turístico recorre la economía y deja huella en decenas de pymes.
Vertebración territorial y fijación de población
El turismo descentraliza la prosperidad. Municipios de interior con riesgo de despoblación encuentran en el turismo rural, enogastronómico o de naturaleza una vía de vida digna para quedarse. Pueblos del Camino de Santiago, comarcas vinícolas, rutas de castillos o parques naturales han visto cómo el turismo sostenía colegios abiertos, centros de salud operativos y comercios de proximidad.
En las islas y la España vaciada, el turismo ha financiado conectividad (aeropuertos, carreteras, transporte público), cobertura digital y servicios que, sin esa demanda adicional, serían inviables. Eso también es cohesión.
Patrimonio vivo: conservar gracias a usar
Hay un dato que conviene subrayar: el turismo paga la factura de conservar. La restauración de monumentos, la museografía moderna, la señalética, la iluminación artística, el mantenimiento de yacimientos o caminos históricos se financian en gran medida con ingresos turísticos, tasas finalistas y actividad económica que genera impuestos.
Convivencia y ciudad cuidada
El visitante bien distribuido ayuda a cuidar la ciudad: más limpieza, más iluminación, más oferta cultural, más comercio de barrio que encuentra clientela adicional. El problema nunca fue “tener turistas”, sino concentrarlos mal. Y ahí las herramientas existen: techos y licencias en alojamientos, gestión del espacio público, horarios razonables, diversificación de productos y barrios, desestacionalización, tecnología para gestionar flujos, y tasas finalistas inteligentes que reinviertan en vivienda, transporte, patrimonio y limpieza.
Cuando se aplica este paquete con rigor, la calidad de vida del residente mejora. El turismo paga la mejora urbana; la política pública ordena su convivencia.
Responder al relato simplista
Quienes presentan el turismo como un fenómeno esencialmente nocivo olvidan tres cosas:
- Comparan fotos fijas con dinámicas: miran una calle saturada en agosto y la convierten en dogma, ignorando el resto del año y del territorio.
- Confunden mal gobierno con mala industria: Si hay falta de vivienda de alquiler, el problema es la falta de seguridad jurídica y la desprotección hacia los propietarios, si hay pisos turísticos ilegales, el problema es la falta de inspección; si hay ruido, es gestión del espacio público; si falta agua, es planificación y tecnología…
- Desprecian la alternativa real: sin turismo, ¿qué ingresos sostienen servicios, patrimonio y empleo en cientos de municipios?
Criticar ayuda si conduce a soluciones. Estigmatizar solo rompe puentes y bloquea mejoras.
Un pacto por las externalidades positivas
Defendamos al turismo precisamente porque queremos que sea mejor cada año. Propongo un marco sencillo, de país:
- Tolerancia cero a la ilegalidad (alojamientos sin licencia, oferta nocturna fuera de norma).
- Tasas de estancia moduladas por temporada y zona, finalistas y transparentes.
- Indicadores públicos de agua, energía, residuo, empleo y satisfacción vecinal/visitante por destino.
- Condicionar ayudas a inversiones medibles en eficiencia y empleo de calidad.
- Diversificar: cultura, naturaleza, gastronomía, deporte, ciencia y congresos, para repartir flujos y valor.
- Vivienda primero: licencias tasadas, inspección real, corresponsabilidad de plataformas.
- Formación y orgullo profesional: elevar la reputación del oficio, retener talento y atraerlo.
Este es el camino para que las externalidades positivas —empleo, cohesión territorial, conservación del patrimonio, innovación verde, reputación internacional— superen con mucho a las negativas, que además sí tienen solución con gobernanza, tecnología y reglas claras.
Reivindicar para mejorar
El turismo no es un invitado incómodo; es parte de nuestra identidad. Nos ha ayudado a modernizarnos, a abrirnos, a confiar en lo que somos. En este 27 de septiembre, toca reivindicar a la industria que tantas alegrías ha dado a España y, a la vez, redoblar la ambición para que su huella sea cada vez más valiosa, equilibrada y sostenible.
Porque cuando el turismo va bien de verdad —con reglas, datos y propósito—, también va bien el empleo, el patrimonio, la cultura, el campo, la ciudad y el futuro de nuestros pueblos y comarcas. Ese es el turismo que queremos. Y ese es el que, con rigor y orgullo, debemos defender.