Hay momentos en la política española que merecen un aplauso por su capacidad de generar cierto cachondeo. El último capítulo nos lo ha regalado Pedro Sánchez, quien desde la comodidad de su Falcon ha anunciado en Sevilla la necesidad imperiosa de gravar los jets privados para salvar el planeta. Porque, claro está, no hay nada mejor que viajar en avión privado para explicar por qué hay que penalizar… los aviones privados.
El mesías ecológico que vuela a 12.000 metros
La escena tiene todos los ingredientes de una comedia de enredo: nuestro presidente, tras aterrizar en el Falcon en Sevilla (porque ir en AVE sería demasiado prosaico para una cumbre de la ONU), se planta ante las cámaras para explicar con gesto grave que España apoyará «una tasa específica a los jets privados» en aras de la «resiliencia climática».
Uno no puede evitar preguntarse si el guion lo escribió Berlanga desde el más allá, porque la ironía alcanza cotas insospechadas cuando recordamos que Sánchez ha convertido el Falcon en su segunda residencia. En casi cinco años de mandato, ha acumulado más de 808.000 kilómetros surcando los cielos –el equivalente a 20 vueltas completas al mundo–.
La matemática de la contradicción
Hagamos números, que siempre ayudan a clarificar las ideas. Mientras el ciudadano de a pie se debate entre coger el coche o la bicicleta para no contribuir al calentamiento global, nuestro presidente ha estado paseándose por el planeta como si fuera su jardín particular. Y ahora, con la solemnidad de quien descubre el agua tibia, nos anuncia que hay que gravar precisamente el tipo de transporte que él utiliza con la frecuencia de quien va a por el pan. Hay que recordar que en diciembre de 2022, Sánchez movilizó el Falcon para asistir al concierto de Joan Manuel Serrat en la Ciudad Condal. Y que decir del del polémico vuelo entre La Coruña y Santiago, un trayecto entre aeropuertos que están a 45 minutos y que podría efectuarse perfectamente en coche… Tampoco olvidemos que Sánchez ha hecho uso del Falcon para asistir a más de setenta mítines del PSOE, un gasto de más de siete millones de euros en combustible, así como la contaminación de 30.593 toneladas de CO2.
La propuesta, eso sí, viene aderezada con la retórica habitual sobre «transiciones justas» y «fiscalidad internacional». Porque nada dice justicia social como que quien más jets privados utiliza sea precisamente quien propone gravarlos. Es como si Al Capone hubiera propuesto endurecer las penas por evasión fiscal: técnicamente correcto, moralmente cuestionable.
El síndrome del «haz lo que yo digo, no lo que yo hago»
Lo esperpéntico de este episodio radica en su capacidad para condensar en un solo acto toda la esencia de cierta clase política: la habilidad para mantener un discurso elevado mientras se practica exactamente lo contrario. Sánchez no solo ha normalizado el uso del Falcon para desplazamientos que podrían realizarse por otros medios, incluido el coche; ha convertido la aviación privada en un hábito tan arraigado que su huella de carbono debe tener ya denominación de origen.
Pero claro, las reglas son para los demás. Cuando el presidente vuela en Falcon, es por razones de Estado, seguridad nacional o agenda apretada. Cuando lo hace un empresario o un particular, es frivolidad climática que debe ser gravada. La diferencia, aparentemente, no está en las emisiones de CO2 sino en quién firma la orden de vuelo.
La cumbre de las buenas intenciones
Y todo esto ocurre, cómo no, en el marco de una cumbre internacional sobre desarrollo sostenible. Porque nada ilustra mejor el compromiso con la sostenibilidad que llegar a ella en jet privado para explicar por qué hay que penalizar los jets privados. Es el tipo de coherencia que haría sonrojar a un político de provincias, pero que en las alturas del poder parece haberse normalizado como parte del paisaje.
La «Plataforma Sevilla para la Acción» –que suena más a programa empresarial que a iniciativa climática– servirá para canalizar estas propuestas hacia la comunidad internacional. Uno imagina a los delegados extranjeros tomando notas: «España propone gravar jets privados. Método: anunciarlo desde un jet privado. Efectividad del mensaje: por determinar».
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El arte de predicar en el desierto… volando
Al final, lo que tenemos es una lección magistral sobre cómo la política moderna ha convertido la contradicción en un arte. Sánchez no es el primer líder que predica austeridad desde la abundancia o sostenibilidad desde la insostenibilidad, pero pocos lo han hecho con tanta naturalidad.
Sus más de 808.000 kilómetros en Falcon no son solo una cifra; son la medida exacta de la distancia que separa el discurso de la realidad en la España del siglo XXI. Cada kilómetro volado es un recordatorio de que, en política, la coherencia es un lujo que no todos se pueden permitir. O mejor dicho: es un lujo que solo se exige a los demás.
Mientras tanto, el resto de mortales seguiremos debatiendo si coger el coche o el transporte público, conscientes de que arriba, muy arriba, alguien surca los cielos explicándonos por qué volar es malo para el planeta. La ironía vuela alto, casi tanto como el Falcon de Moncloa.